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La ortografía del español es el conjunto de normas que regulan la escritura del idioma. La Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), cuyo miembro más destacado es la Real Academia Española (RAE), son las instituciones encargadas de ello, ya que han descrito su misión como «impulsar la unidad, integridad y desarrollo del idioma». [1]
El español utiliza una variante extendida del alfabeto latino, el cual consta de 27 letras[a]: a, b, c, d, e, f, g, h, i, j, k, l, m, n, ñ, o, p, q, r, s, t, u, v, w, x, y y z. Asimismo, se emplean también cinco dígrafos para representar otros tantos fonemas: ch, ll, rr, gu y qu; considerados estos dos últimos como variantes posicionales para la representación de los fonemas /g/ y /k/.[6]
Los dígrafos ch y ll tienen valores fonéticos específicos, por lo que en la Ortografía de la lengua española de 1754[7] comenzó a considerárseles como letras del alfabeto español, y a partir de la publicación de la cuarta edición del Diccionario de la lengua española en 1803[8][9] se ordenaron separadamente de c y l.[10] En el X Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, celebrado en Madrid en 1994, y por recomendación de varios organismos, se acordó reordenar los dígrafos ch y ll en el lugar que el alfabeto latino universal les asigna, aunque todavía seguían formando parte del abecedario.[11] Con la publicación de la Ortografía de la lengua española en 2010, ambos dejaron oficialmente de considerarse letras del abecedario.[5]
Además, las vocales (a, e, i, o, u), y excepcionalmente la «y» cuando es vocal,[cita requerida] aceptan el acento agudo o tilde (´) —quedando en á, é, í, ó, ú, ý— para indicar la sílaba acentuada; y la vocal u acepta la diéresis o crema (¨) que, en las sílabas güe y güi, la modifica para indicar su sonoridad.
Desarrollada en varias etapas a partir del período alfonsino, la ortografía se estandarizó definitivamente bajo la guía de la Real Academia Española, y ha sufrido escasas modificaciones desde la publicación de la Ortografía de la lengua española de 1854. Las sucesivas decisiones han aplicado criterios a veces fonológicos y a veces etimológicos, dando lugar a un sistema híbrido y fuertemente convencional. Si bien la correspondencia entre grafía y lenguaje hablado es predecible a partir de la escritura (es decir, un hablante competente es capaz de determinar inequívocamente la pronunciación estimada correcta para casi cualquier texto), no sucede así a la inversa, existiendo numerosas letras que representan gráficamente fonemas idénticos (el número de fonemas del español típicamente oscila entre 22 y 24, según el dialecto [cita requerida]). Los proyectos de reforma de la grafía en búsqueda de una correspondencia biunívoca (los primeros datan del siglo XVII) han sido invariablemente rechazados. La divergencia de la fonología de la lengua entre sus diversos dialectos hace hoy imposible la elaboración de una grafía puramente fonética que refleje adecuadamente la variedad de la lengua; la mayoría de las propuestas actuales se limitan a la simplificación de los símbolos homófonos, que se conservan por razones etimológicas.